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26-10-2025 07:50 - Galíndez

Aquel domingo de octubre y un accidente absurdo

Víctor Emilio Galíndez, campeón emblema del boxeo argentino en la década del '70, falleció hace 45 años, el domingo 26 de octubre de 1980, en un accidente automovilístico en una competencia del TC en 25 de Mayo. Junto a él también perdió la vida, Antonio 'Nito' Lizeviche.

Autor: DeporTV
26-10-2025 | 07:50
Foto: Archivo de diario Crónica. Edición del 26 de octubre con el accidente de Galíndez en tapa
Foto: Archivo de diario Crónica. Edición del 26 de octubre con el accidente de Galíndez en tapa

Una muerte inesperada y absurda. Un boxeador que había decidido ponerle pausa a su carrera profesional y que aceptaba la invitación de un amigo para asumir otra de sus pasiones: el automovilismo. 

Sin saber lo que el destino le tenía prefijado para ese domingo 26 de octubre de 1980, Víctor Emilio Galíndez, el otrora campeón mundial semipesado en dos ciclos, se envalentonó con la propuesta que le hizo Antonio ‘Nito’ Lizeviche, de ser su acompañante en el Chevrolet número 19, de cara a la carrera del Turismo Carretera en la Vuelta de 25 de Mayo. Jamás imaginó que sería la última actividad deportiva que realizaría en vida. 

Eran tiempos en los que las máquinas de la más popular categoría motor del país combinaban correr en autódromos y en circuitos que incluían tramos de ruta, todavía. 

Así, con buzo antiflama prestado y todo, el oriundo de Vedia, que tenía 31 años al momento del accidente, se dio el gusto de largar la final de una competencia, que ganó Oscar Aventín (Dodge), escoltado por su hermano Antonio Aventín (Dodge) y Juan José Pellegrini (Chevrolet). 

La dupla Lizevich-Galíndez arrancó en la undécima fila la carrera decisiva, producto de haber alcanzado el undécimo puesto en la serie inicial. Y el binomio recorrió con la Chevy apenas 6 kilómetros. Abandonó en el cruce de rutas 51 y 46, por un defecto “en el filtro de aceite”

El dúo dejó el automóvil estacionado y ambos, piloto y acompañante, empezaron a caminar por la banquina en sentido contrario a la circulación, en busca de los boxes. 

De acuerdo a lo revelado por la revista El Gráfico (edición 3186), los dos infortunados corredores “arribaron a la tranquera de la Estancia San José y fueron interceptados por el piloto Miguel Angel Atauri (Dodge), quien estaba detenido por problemas mecánicos”

El piloto santafesino se ofreció para llevarlos a boxes, pero Lizeviche-Galíndez prefirieron seguir caminando para ir “saludando a su paso” al público que se ubicaba al costado de la cinta asfáltica. 

Cerca de las 13.30 sobrevino el fatídico desenlace. El Ford Falcon de Marcial Feijoó (número 71) marchaba retrasado, junto a Antonio Bautista (Chevrolet, 82) y Daniel Corso (Dodge, 56). 

Las tres máquinas se entreveraron en un toque y, como consecuencia de ello, el Falcon de Feijoó entró en trompo y salió despedido hacia la banquina embistiendo en su carrera a Lizeviche, primero, y a Galíndez, después. Los dos murieron en el acto como consecuencia del fuerte impacto

Foto:Archivo Crónica. Edición del 27 de octubre de 1980
Foto:Archivo Crónica. Edición del 27 de octubre de 1980

Ambos cuerpos quedaron tendidos en el piso hasta que finalizó la competencia del TC y una ambulancia los pudo retirar y derivar hacia el hospital Saturnino Unzué de 25 de Mayo. 

Atrás había quedado esa suscinta declaración radial emitida para Necochea, apenas consumada la deserción, en la que el boxeador prometía trabajar para tener un automóvil propio y ser piloto principal. “Eso será para más adelante, quería terminar esta carrera”, prometía Galíndez. 

En el recuerdo, en cambio, permanece ese carácter generoso y bonachón de un púgil que -arriba del ring- representó como casi ningún otro por estos pagos los parámetros de la guapeza y del coraje en cada golpe que lanzó. 

Porque Víctor arremetió en un período plagado de boxeadores argentinos, con técnica, determinación y corazón. Y entre ellos se hizo un lugar entre los grandes. 

El épico combate del sábado 22 de mayo de 1976, en Johannesburgo, Sudáfrica, ante Richie Kates se erigió en su proeza más grande. 

Ese triunfo conseguido en el decimoquinto round, antes de la campana final, con un KO portentoso, después de haber atravesado un impiadoso corte en la ceja, que derivó en la pérdida de abundante cantidad de sangre y que, inclusive, puso en riesgo el título, a partir de que el médico Clive Thomas evaluó la posibilidad de interrumpir el pleito en el tercer asalto. Un enorme corazón, la sabiduría de su manager, Tito Lectoure, y la buena voluntad del juez, Stanley Christodoulou, se conjugaron para darle una chance más al argentino. 

Otra jornada de gloria en la que sacó verdadera patente de ídolo se dio el 14 de abril de 1979 en el Superdomo de Nueva Orleans, cuando se impuso por nocaut técnico antes del ingreso al décimo round en la revancha que protagonizó con Mike Rossmann, el boxeador estadounidense que le había arrebatado la corona unos meses antes, en septiembre del ’78, en una velada desarrollada en la misma ciudad. 

Fanático de las motos, la Coca Cola y las milanesas con papas fritas. Propietario de un corazón enorme que le permitía, tal vez, comprarle un par de zapatillas a un hijo de una humilde vecina de Haedo, la barriada que eligió para vivir una vez consagrado campeón mundial. 

Galíndez ya era ídolo en el boxeo, cuando un insólito accidente en el TC le arrebató la vida, junto a la de su amigo, Nito Lizeviche. Desde aquel fatídico domingo de octubre, hace 45 años. 

 

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